Site Network: Colaboradores | Gitambo | Gonzalo | NegroPésimo | JuanFrancisco



Breves


Mostrando entradas con la etiqueta lengua romane. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta lengua romane. Mostrar todas las entradas

Una noche, con una torpeza pero que sin embargo acertaba, convenció a su esposa, después debería convencerse él, tarea algo difícil, no sabía que tenía tanto poder para la oratoria y el convencimiento. Su mujer, que lo había visto aparecer desaforado como una locomotora en plena curva; resolvió todas sus encrucijadas a partir de aquella conversación y ahora, se pasaba todo el día contándole a su pequeño, figurándose que le cantaba al oso bailarín que los enriquecería.
Petre retiró el soldador de las brasas, lo pasó por ácido muriático rebajado con zinc, y comenzó a estañar el fuentón que debía terminar esa tarde. Volvió a pensar en lo conversado y se preguntó: cómo haría para comprar un oso. Necesitaba al menos el dinero de treinta mil fuentones y jofainas; calculó que podría morir al pasar los veinte mil, claro que no era exacta la ecuación, pero a tres por día, seguro moriría antes de llegar a los veinte mil. En el supuesto caso de lograr reunir el dinero, debería llegar a la casa de su amigo, que lo estaría aguardando con el permiso para transportar el oso; la cuestión era que ya había convencido a su mujer. Maida le cantaba a su bebé, algo similar al pasodoble; aunque no muy lejos de la salsa ni de la cumbia, batía palmas y decía: “Neni cumba ni cumba ni cumbit, neni cumba ni cumba ni cumbit”, y Carlo bailaba tanganillas bajo el sol curioso que se había clavado en la mitad del cielo para ver a los rom.
Petre pensó que su mujer podría ayudarlo con su arte y su bijouterie, con el dinero obtenido compraría el burro de arranque para el camión; distinto al que su mujer había robado una tarde y ahora alborotaba a todo el mundo con sus rebuznos.
Por la mañana, lo tomó del cabestro con la idea de buscar a su dueño, pero el burro no quiso caminar. Petre intentó establecer un diálogo, alentado por el resultado obtenido con su mujer y por la mirada de entendido que vio en el animal, pero cada vez que estiraba la mano ofreciendo el azúcar el burro resoplaba y le volaba el azúcar. Petre fue por más, en ésta ocasión la mojó y se acercó sonriente, inclinándose para estar a su altura le habló cariñosamente mientras volvía a extender el brazo pero el burro giró y le dio el trasero. Él, pese al desprecio, no retiró su oferta, entonces el burro hizo a un lado la cola y disparó, Petre se enderezó ofendido con el calor de la inmundicia estampado en su cara y le tiró con el azúcar. Después le quitó el bozal, enrolló el cabestro en su mano y los mostró casa por casa, hasta que dio con el dueño del animal que, muy agradecido, tomó los tientos y le regaló el burro.

Al regreso del pueblo, Maida estaba entretenida pensando en los quehaceres del hogar, dejó sobre un banco de ordeñe el canasto donde llevaba sus baratijas, entró por algunos trastos, salió nuevamente y se paró justo delante el burro, lo observó de arriba abajo con desprecio por tener que tolerar su compañía; el burro también. Entonces Maida supo desde el trasmundo de su sino que ese burro sin pandero y sin una cinta roja en el bozal, los estaba uniendo a la desgracia y a la traición: se enfureció y comenzó a golpearlo y a gritarle que se fuera, que ya no lo quería, que varios entrometidos ya habían sido víctima de su furia, pero el animal se defendió, sin agitarse: sin alzar el anca, se diría que con disimulada rapidez, la pateó cortito y seco, como escondiendo el golpe, Maida cayó al suelo con la pierna izquierda rota. Petre trató de calmarla asegurándole que haría chorizos de burro ni bien se alejaran del pueblo. Mitra, en medio del dolor y el llanto, alzó las cejas y un destello de festejo apareció en sus ojos.

Petre trabajó duro varias semanas para terminar un juego de ollas de cobre; con ellas le pagaría al médico, que los estaba esperando en el pueblo para sacarle el yeso a Maida. Durante el trayecto le comentó a su mujer que de haber sucedido ésto en Europa, el burro no se hubiese contentado con una sola pierna.
-Es cierto, allá ni los burros nos quieren- dijo Maida.

De vuelta y sin el yeso ella contemplaba su pierna peluda y flaca con preocupación. En tanto su esposo comenzó con la fabricación de los diez fuentones destinados a lograr el arreglo del camión. No había pasado ni media hora, cuando escuchó los gritos de su mujer y el rebuzno del burro. Maida lo estaba hincando ferozmente con el tridente, en tanto el animal destrozaba el guardabarros del camión con sus patadas. Después de calmarlos Petre supo el porqué de la behetría: el burro le había comido el canasto y también la única ropa sedentaria que tenía para salir a vender sus baratijas. Ya en el colmo de su irracionalidad, Petre tomó una estaca de hierro y la alzó para estrellarla en la cabeza del animal, que pronto paró sus largas orejas mal orladas y lo contempló con sus ojos enormes como dos lagrimones. Petre alzó un poco más la estaca y amagó pero ya le había mirado los ojos y optó por bajarla aniquilado por la silenciosa paz del burro; Maida suspiró aliviada y quiso acariciar a su esposo, pero éste, indignado, la sentó de un bofetón y le recriminó la tontera de cómo un burro le había comido el canasto y la ropa.

Fragmento de la ultima novela escrita por Jorge Emilio Nedich

Jorge Emilio Nedich
nació el 5 de febrero de 1959 en Sarandí provincia de Buenos Aires. Hasta los diecisiete años vivió de manera nómada junto a su grupo étnico, lo que le imposibilitó acceder a los establecimientos educativos, hecho que no le impidió aprender a leer y, al comenzar su adolescencia, comenzar a escribir.

Su primera novela, Gitanos para su bien o su mal (Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1994), fue galardonada con el Segundo Premio en el Concurso Internacional “Amico Rom “ (Italia) en septiembre de 1995; después publicó Ursari Leyenda Gitana, La extraña soledad de los gitanosEl Pepe Firmenich (Ediciones B., Buenos Aires, 2003) recorre el periodo de la guerrilla “Montonera” en la Argentina durante la década del setenta. Para la comnmemoración del centenario del Club Atletico Boca Juniors, Jorge Nedich —bajo el Suedónimo de Dieguito Bocayua— publicó cuatro novelas infantiles sus títulos son: La primera vez que fui a la Bombonera, Me fui a probar a Boca, Boquita Campeón y, De Boquita a la selección (Planeta, Buenos Aires) que fuera finalista del Premio Planeta 1999. ha sido publicada en España bajo el título (Ediciones del Bronce, 2001). Su cuarta novela, (Torres Aguero Editor, Buenos Aires, 1997) y en 2000

* Revista letras de la biblioteca nacional, Argentina



Acá un capitulo de Leyenda Gitana escrita por Jorge Emilio Nedich.

LA SUERTE

Estaban próximas las fiestas y quería algo para estrenar el año entrante. El sentido común le había dicho que debía cambiar su vieja yunta de percherones por un camión. Sus sueños hablaban de riquezas y hazañas sin fin. Ser el gitano más rico no figuraba sólo en sus delirios: actuaba como si lo fuera, y cuando algo se le escapaba de las manos, quedaba postrado por varios días, como vencido por el peso de la realidad. Transcurrido un tiempo de duelo, se levantaba con más fe que antes, diagramaba y aceleraba sus pasos en dirección a sus deseos. Su esposa lo llamó para darle algo de comer, arrojándolo violentamente del camión de siete colores que compraría por Trueno y para Trueno.

Por la mañana, Mitra salió a vender naftalinas de colores. Él tomó su mejor gallo de pelea y entró al pueblo. Llegó hasta el boliche donde había dos parroquianos que estaban a la espera de ofrecer su conversación por un vaso de vino. Ni pensar en conversar sin el convite. Stieva pidió una botella y un poco de queso, y con mucha educación insistió en ser acompañado. Los caballeros aceptaron. Stieva empezó a hablar de las bondades de su gallo. Aseguraba que en el mundo no había otro igual, estaba dispuesto a pagar tres a uno al gallo del mismo peso que venciera al suyo, y doble contra sencillo a uno de mayor peso. Lo dicho molestó a sus invitados, también al bolichero, quienes, al rato, estaban buscando a los galleros del pueblo para hacer callar al charlatán que tenía un gallo desplumado y hambriento que moriría al primer toque. Stieva anduvo todo el día invitando copas a la espera de alguien que recogiera el guante. Cuando el sol empezó a inclinarse, emprendió el regreso. Había fanfarroneado más de la cuenta y no consiguió que nadie lo desafiara. Sus sueños se demorarían más de lo tolerable si no invertía lo que había ganado con Trueno.

Al llegar a su pequeño campamento, encontró a su esposa con tres mujeres del poblado que al reconocer el carromato colorinche y típico de los gitanos, se habían arrimado para saber su buenaventura. Mitra las entretenía con historias increíbles mientras esperaba alguna noticia de su marido. Necesitaba que él estuviese a salvo para desarrollar su tarea. Mientras tanto iba aumentando la curiosidad de las mujeres. En cuanto lo vio llegar, Mitra les dijo:

—Esta noche deberán dormir las tres con un huevo de gallina debajo de la almohada, mañana bien temprano regresarán con el huevo para saber si tienen algún embrujo. Si algo de eso hay, les aseguro que en el huevo se verá.

Las mujeres se fueron excitadísimas y preocupadas por la posición del huevo que, según Mitra, no debería romperse hasta llegar a sus manos.

Al otro día, después de haberse despertado varias veces en la noche preocupadas por el huevo, las tres mujeres llegaron hasta el carromato. Mitra las vio venir y puso su gesto más pretencioso. Luego les pidió el huevo y un pañuelo de mano. Tomó el huevo y el pañuelo y les hizo comprobar que ambas cosas estaban sanas.

—¿Quién de ustedes pisó mierda? —preguntó Mitra.

Las mujeres alzaron sus pies para revisarse los zapatos. En tanto, Mitra con rapidez extrajo de entre sus ropas una lombriz y la colocó en el centro del pañuelo.

—Ninguna de nosotras —dijo la más escéptica.

—Ya me parecía —dijo Mitra—, estoy oliendo el daño que está dentro del huevo.

Luego tomó el huevo y lo envolvió con el pañuelo, le hizo un nudo y se lo entregó a su dueña. Le ordenó que rezara un padrenuestro y que después rompiera el huevo sin desatar el pañuelo. Cuando el líquido comenzó a escapar de la tela, le pidió que desatara el nudo. La mujer temblando lo desató y, al ver la lombriz viborear entre las cáscaras, comenzó a vomitar con profundas arcadas. Mitra mientras tanto le gritaba:

Largá todo, sin miedo, vamos. Ayudáme a quitarte el daño, no le des el gusto a la que te engualichó. Ésa quiere coger con tu marido, pero no te lo va a quitar. Él te quiere a vos y yo te voy a ayudar a conservarlo.

Mitra preguntó si las restantes deseaban continuar. La más escéptica dio un paso al frente. Mitra sabía que la quería desafiar, entonces le dijo:

—Vos no creés, así que no me tomés el pelo y dejá que se atienda tu amiga.

La última transpiraba como una barra de hielo puesta al sol. Cuando la llamó, un asma repentina se adueñó de la mujer. Esta vez, aparecieron en el huevo trocitos de una fotografía vieja, envuelta con tres vellos de su pubis y cera negra. Entre sollozos, las dos mujeres dañadas por las brujerías y la escéptica volvieron a sus casas, a esperar a la gitana, que había prometido ir a curar sus viviendas al día siguiente.

A media mañana estaban todas las cosas de valor puestas sobre la mesa. La que había encontrado restos de una fotografía creía ver entre aquellos trozos a una antigua amante de su marido. La escéptica hacía silencio a la espera de los acontecimientos, mientras la tercera chupaba un limón para quitarse la descompostura. Mitra no tuvo más que llegar, tomar las joyas, el oro, más todo el efectivo que había en las casas y decir que iría hasta el cementerio para comprobar si estaban embrujados. De ser así, los curaría en esa tierra santa: primero desprendería el mal, luego lo enterraría para que no arruinaran la vida de nadie y finalmente entregaría los valores a sus dueñas. Horas después, las mujeres comprendieron lo ridículo de su espera y, ante la llegada de sus maridos, se vieron obligadas a mentir. Entre gritos decían haber sido víctimas de un robo cometido por una banda de gitanos que portaban cuchillos enormes. En las casas todavía quedaban señales de aquella lucha: desacomodaron los muebles, los dormitorios, las cocinas.

Por la noche Mitra y su carromato estaban lejos del pueblo. Ni siquiera se detuvieron en el siguiente, porque esta vez sí había motivos para no hacerlo. Stieva estaba orgulloso de su mujer. Era una verdadera gitana para ganarse la vida. ¡Y las argucias que todavía no había aplicado en el arte de adivinar! Él estaba seguro de que en el caso de enfermarse y no poder llevar adelante el destino de la familia, ella ocuparía su lugar y sabría cumplir con todas sus obligaciones, como lo marca la ley. Cuando acamparon, seguía pensando y alabando a su esposa con el énfasis de un político que promete devolver un paraíso a cambio de la confianza.

Con el sol, Mitra se levantó, atendió los caballos, mientras él seguía contemplando los anillos, pulseras y otros objetos, producto de varias curas realizadas. Con los anillos fabricaría botones de oro para su camisa o quizá monedas para lucir en su cinto en los acontecimientos sociales. Lo que sí era seguro es que de seguir su guapa mujer a este ritmo, él le regalaría dos dientes de oro, para que Mitra los luciera en la sonrisa.


Gracias Jorge por autorizarme y un abrazote para ti. Daniela




Paramichi e Romengui





Paramichi e Romangui ( Historia de Gitanos) es el nombre del libro donde niños gitanos que asisten a la escuelita gitana ya puesta en marcha desde el año 2006 en Villa Alemana, registran sus historias y cuentos con el más puro estilo de la infancia y de la cultura Rom.
En año 2007 al integrarse las alumnas en practicas de la P.U.C de Valparaíso, Viviana Meza, Julieta Villalobos, Paula Villacura, Yoana Musa, se desarrolla este proyecto que con la traducción hecha por Jorge Nicolich, Gichi Arestich , la ayuda de las profesoras Pamela Siré y Vielka Araya también como coordinadora.
Finalmente financiado por los fondos de ayuda estudiantil de la P.U.C de Valparaíso Paramachi e Romangui es editado en un pequeño libro.
A continuación algunos cuentos extraidos de Paramachi e Romangue.


Un Ratón


Autor: Rankichi de 9 años

Todos los gitanos nos fuimos en las camionetas a otro lugar y armamos las carpas. derepente apareció un ratón...entonces yo con el yiyo y mi prima lo comenzamos a perseguir, era un ratón grande y tenia la cola larga, vino mi Tata que es gordo y grande, él le agarró la cola y lo tiró para atrás y ahí quedo el
ratón colgado de un árbol.


Conejo


Autor: Milenko de 7 años.

Mi mamá viviá con unos gitanos; y esos gitanos mataban los conejos y se los comian.
pero mi mamá no comia conejos porque era asqueroso!

Mi Dei zibilz coniek rroma; tai gola rroma mundare conejuri tai janalen...ay mi dei ni hala coneho
so ke saia gado.


Cuento de Mapi


Autora: Mapi de 9 años

Había una vez una niñita llamada Marisol, que le gustaban los animales. Un día vio a un perro frente a su casa.

Ella fue a ver al perro y se dio cuenta que tenia muchas pulgas ¡ pobre perrita! Exclamó- creo que le voy a dar una ducha y ella le dijo a su mamá.

Mamá, mamá ¿este perrito puedo quedármelo? Y su mamá les respondió que se podía quedar una semana completa; Marisol dijo, estoy orgullosa de ti mamá porque dejaste quedarme con la perrita.

Pasaron cinco días y ella fue a pasear al parque con su perrita. Marisol le dijo a la perrita

¿Qué nombre te pondré?

Guagua dijo la perrita

Guagu guauahhhhhhhh ya se le voy a poner Rosi y caminando se fue a su casa y dijo “mamá, mamá le puse nombre a la perrita, desde hoy se llamara Rosi” y dijo

Ella va a ser una perrita de casa y le voy a comprar un collar

Y vivieron felices para siempre…








Entre Letras y Flamenco



Más de alguna vez nos hemos preguntado quien está detrás de tanto verso y poesia que interpreta el flamenco de los grandes cantaores como Camarón de la isla , Raimundo Amador, Diego Carrasco, Remedios Amaya y los nombrados Pata negra.
La creación de la letra de tantas canciones que con simpleza manifiestan lo profundo, es originaria de la mano de un gran poeta, escritor y letrista, Carlos Lencero quién a temprana edad se independizó para ubicarse en la plaza de Badajoz ( España) junto al barrio de los gitanos, desde ahí la pasión por las letras y el flamenco no lo abandonarían.
Viajo por Marrueco luego vuelve a Sevilla para finalmente, como bien lo dice el titulo de una de sus canciones “Yo me quedo en Sevilla”, quedarse y escribir parte importante de sus obras literarias que destacaban a personajes marginales, libertarios y entretenidos.
Fue considerado entre las comunidades gitanas como un hermano más, tanto así que le concedieron la vara gitana, representación de afecto del propio Pueblo Caló.


Era una noche de invierno que llovía a chaparrones
Su niña mojé decía ay joselito dame frijoles
la fragua estaba encendía tu mare Juana cantaba
y tu padre Luis hacia y ay cañaitas gitanas
Ay José! Yo te canto Camarón,
te canto pa’ q m cantes y me alegres el corazón

Temas tan conocidos como este interpretado por Pata Negra entre otros, han sido creados por Carlos Lencero.
Ya padeciendo una extenuante enfermedad Carlos realiza su ultimo libro en donde retrata a su amigo Camarón, en una obra llamada “la leyenda del cantaor solitario” escrito en el año 2004.
En los últimos días Lencero de manera mensual, colaboraba para la revista de actualidad flamenca Alma100.
El mundo del flamenco se viste de luto un Lunes 2 de abril del año 2006 debido a la muerte de el quizas más grande letrista y poeta del flamenco. Incinerado junto a un ejemplar de la novela Moby Dick de Hermman Melvilla de acuerdo a su deseo Carlos Lencero vuelve al río Guadiana que tanto amaba.

Obras.

La Gran Mari. Novela 1991
Retablo de Morales escrito por él mismo con unas palabras por delante y por detrás de García el Jorobado que sirvió en su taller hasta el último día. Novela 1994
Un cuento chino y otros relatos. Relatos 1996.
Caníbales. Relatos 1996
Camello de verano. Relatos 1998
Fadangos. Letras 1998
Los Arenales de la madrugada (publicado en el sello que él fundó biblioteca errante)
Leyenda de un cantaor solitario. Biografía 2004