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Breves


EL ALIENTO NEGRO DE LOS ROMANÍES

Una noche, con una torpeza pero que sin embargo acertaba, convenció a su esposa, después debería convencerse él, tarea algo difícil, no sabía que tenía tanto poder para la oratoria y el convencimiento. Su mujer, que lo había visto aparecer desaforado como una locomotora en plena curva; resolvió todas sus encrucijadas a partir de aquella conversación y ahora, se pasaba todo el día contándole a su pequeño, figurándose que le cantaba al oso bailarín que los enriquecería.
Petre retiró el soldador de las brasas, lo pasó por ácido muriático rebajado con zinc, y comenzó a estañar el fuentón que debía terminar esa tarde. Volvió a pensar en lo conversado y se preguntó: cómo haría para comprar un oso. Necesitaba al menos el dinero de treinta mil fuentones y jofainas; calculó que podría morir al pasar los veinte mil, claro que no era exacta la ecuación, pero a tres por día, seguro moriría antes de llegar a los veinte mil. En el supuesto caso de lograr reunir el dinero, debería llegar a la casa de su amigo, que lo estaría aguardando con el permiso para transportar el oso; la cuestión era que ya había convencido a su mujer. Maida le cantaba a su bebé, algo similar al pasodoble; aunque no muy lejos de la salsa ni de la cumbia, batía palmas y decía: “Neni cumba ni cumba ni cumbit, neni cumba ni cumba ni cumbit”, y Carlo bailaba tanganillas bajo el sol curioso que se había clavado en la mitad del cielo para ver a los rom.
Petre pensó que su mujer podría ayudarlo con su arte y su bijouterie, con el dinero obtenido compraría el burro de arranque para el camión; distinto al que su mujer había robado una tarde y ahora alborotaba a todo el mundo con sus rebuznos.
Por la mañana, lo tomó del cabestro con la idea de buscar a su dueño, pero el burro no quiso caminar. Petre intentó establecer un diálogo, alentado por el resultado obtenido con su mujer y por la mirada de entendido que vio en el animal, pero cada vez que estiraba la mano ofreciendo el azúcar el burro resoplaba y le volaba el azúcar. Petre fue por más, en ésta ocasión la mojó y se acercó sonriente, inclinándose para estar a su altura le habló cariñosamente mientras volvía a extender el brazo pero el burro giró y le dio el trasero. Él, pese al desprecio, no retiró su oferta, entonces el burro hizo a un lado la cola y disparó, Petre se enderezó ofendido con el calor de la inmundicia estampado en su cara y le tiró con el azúcar. Después le quitó el bozal, enrolló el cabestro en su mano y los mostró casa por casa, hasta que dio con el dueño del animal que, muy agradecido, tomó los tientos y le regaló el burro.

Al regreso del pueblo, Maida estaba entretenida pensando en los quehaceres del hogar, dejó sobre un banco de ordeñe el canasto donde llevaba sus baratijas, entró por algunos trastos, salió nuevamente y se paró justo delante el burro, lo observó de arriba abajo con desprecio por tener que tolerar su compañía; el burro también. Entonces Maida supo desde el trasmundo de su sino que ese burro sin pandero y sin una cinta roja en el bozal, los estaba uniendo a la desgracia y a la traición: se enfureció y comenzó a golpearlo y a gritarle que se fuera, que ya no lo quería, que varios entrometidos ya habían sido víctima de su furia, pero el animal se defendió, sin agitarse: sin alzar el anca, se diría que con disimulada rapidez, la pateó cortito y seco, como escondiendo el golpe, Maida cayó al suelo con la pierna izquierda rota. Petre trató de calmarla asegurándole que haría chorizos de burro ni bien se alejaran del pueblo. Mitra, en medio del dolor y el llanto, alzó las cejas y un destello de festejo apareció en sus ojos.

Petre trabajó duro varias semanas para terminar un juego de ollas de cobre; con ellas le pagaría al médico, que los estaba esperando en el pueblo para sacarle el yeso a Maida. Durante el trayecto le comentó a su mujer que de haber sucedido ésto en Europa, el burro no se hubiese contentado con una sola pierna.
-Es cierto, allá ni los burros nos quieren- dijo Maida.

De vuelta y sin el yeso ella contemplaba su pierna peluda y flaca con preocupación. En tanto su esposo comenzó con la fabricación de los diez fuentones destinados a lograr el arreglo del camión. No había pasado ni media hora, cuando escuchó los gritos de su mujer y el rebuzno del burro. Maida lo estaba hincando ferozmente con el tridente, en tanto el animal destrozaba el guardabarros del camión con sus patadas. Después de calmarlos Petre supo el porqué de la behetría: el burro le había comido el canasto y también la única ropa sedentaria que tenía para salir a vender sus baratijas. Ya en el colmo de su irracionalidad, Petre tomó una estaca de hierro y la alzó para estrellarla en la cabeza del animal, que pronto paró sus largas orejas mal orladas y lo contempló con sus ojos enormes como dos lagrimones. Petre alzó un poco más la estaca y amagó pero ya le había mirado los ojos y optó por bajarla aniquilado por la silenciosa paz del burro; Maida suspiró aliviada y quiso acariciar a su esposo, pero éste, indignado, la sentó de un bofetón y le recriminó la tontera de cómo un burro le había comido el canasto y la ropa.

Fragmento de la ultima novela escrita por Jorge Emilio Nedich

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